¿En qué se parecen estas dos experiencias?. En la primera se describe una situación clínica habitual, es corriente usar la hipnosis sugestiones de relajación. En la otra un deportista usa la autohipnosis en un momento nada relajante; tiene los ojos abiertos y aprovecha sus capacidades para conseguir un mayor rendimiento y resistencia. Los dos están utilizando procesos hipnóticos, los dos son conscientes de que están respondiendo a las sugestiones. Ambos lo han elegido así y ambos lo hacen de manera natural. Es un caso parecido a cuando respiramos, lo hacemos sin esfuerzo, sin pensar en ello, pero con la confianza de que, si quisiéramos, podríamos retener el aliento o cambiar el ritmo con el que trabajan nuestros pulmones. Desde luego estas imágenes tiene poco que ver con lo que las películas y los espectáculos de mentalismo nos hacen creer cuando dibujan la fantasía de que el hipnotizador tiene unos poderes especiales que nos roban la consciencia y la voluntad.
Entonces, ¿de qué estamos hablado?. Hablamos de la capacidad que tenemos las personas de abstraernos de la realidad cotidiana, de la habilidad de influir en nosotros mismos a través de cambios en el pensamiento y en las sensaciones con la ayuda de ciertas técnicas de autocontrol, bien por uno mismo, bien con la guía de un profesional entrenado.
La hipnosis puede entenderse como aquel proceso en el que a través de focalizar la atención, el uso de la sugestión, la disociación, la creación de expectativas o de cualquier otra técnica; producen cambios en la atención/desatención de los estímulos (internos o externos) que dan lugar a una potenciación de ciertas respuestas automáticas, una mayor sugestionabilidad y una modificación en el modo en que nuestro cerebro procesa la información. Esto es acompañado de una disminución voluntaria y elegida del pensamiento racional (un “dejarse llevar” por la ideas sugeridas aceptándolas) y con frecuencia, de la sensación subjetiva de haber entrado en un estado de conciencia diferente al habitual.